5/08/2017

Miriam Ventura: Ruptura vallejiana y poesía identitaria femenina








Una de las cosas menos comunes en la literatura, antes que desarrollar un discurso, es construir una ficción mediante la poesía. La ficción es lo más natural en la narrativa, pero no lo es en poesía, y ese es el punto que llama la atención inmediatamente en la obra última de Miriam Ventura: una ficción abierta, enraizada en América y sus contradicciones, urbana ante todo y con una modernidad que viaja en los tiempos de nuestra historia.




Pero antes de desarrollar este tema veamos los antecedentes poéticos de Miriam, quien naciera en Santo Domingo en 1957 y se fuera a radicar a la ciudad de Nueva York, donde vive hasta ahora.

Ella publicó su primer poemario, Poemas de la noche, en 1986; Trópico acerca del otoño, 1987; Claves para fantasmas, 1996; Poemas de la Reina del Bronx River, 2009; y Estados alterados, 2014.

Yo la conocí en Nueva York en 200?, y aunque no recuerdo el nombre del libro que leí ávidamente en su casa del Bronx, sí recuerdo la emoción inmediata de reconocer en su poesía los ecos lejanos de la poesía de César Vallejo y su pelea interminable con el lenguaje.

La relectura de los libros de Miriam Ventura me permite relacionar por lo menos dos temas que son hilos conductores en la presencia vallejiana.

La primera se refiere al conceptismo, estilo que brillara en la edad de oro española y que Vallejo asumiera como centro de su poética modernizándola, torciéndola, vivificándola. Es lo que hace Miriam Ventura cuando nos dice en su poema “Este amor” de Claves para fantasmas:

Porque nada en mí es definitivo
una convocatoria de enigmas hace el resto
Paraíso que me gozo... este amor.

O cuando en el poema “Andamos” señala:

Sé quién soy pero me pierdo
Andamios recorro a prisa
Retórica o término de un juego físico
Sé quién soy sin que me ufane.

El conceptismo entendido como esa técnica de resumir en una frase, en una imagen o en una metáfora, nuestra idea del mundo, nuestra concepción de la vida o de los problemas humanos, como el amor y la muerte. Como esa frase de Quevedo “Polvo seré, pero polvo enamorado”. El conceptismo busca la sabiduría, pero no se queda en una simple afirmación, sino que la niega, juega con las contradicciones, enriquece los límites del problema llevándolo más allá de sus límites. Esa es una técnica que César Vallejo usara en la mayor parte de sus libros Poemas humanas y España, aparta de mí este cáliz, y que el crítico italiano Roberto Paoli nos mostrara comparando poemas de Góngora, Quevedo y Lope de Vega con los versos vallejianos. Y es lo que Miriam Ventura, en un proceso de lirismo convulsivo, utiliza explorando sus diversas formas y modernizándola hasta los asuntos cotidianos, la enfermedad y la feminidad.

El otro elemento que une la poesía vallejiana con la de Miriam Ventura es el sentido del ritmo. A menudo he pensado que el ritmo es esa cualidad infaltable en la poesía, que tiene tantas vertientes como formas de sonar y de escuchar, y que en la vieja poesía castellana estuvo dominada por la rima y los versos pareados, y que en la actualidad, en el verso libre, posee una cadencia interior que se descubre en la lectura y se reconoce en la emisión de sus imágenes.
Habría que añadir, respecto del ritmo, que la liberación de la rima ha traído también una abundancia poética que anula el ritmo por completo, que construye frases con chirridos y convocan al lenguaje al puro accidente.
En el caso de Vallejo, de su poemario Trilce a Poemas humanos hay un salto rítmico consciente que perturba. Vallejo logra una musicalidad excepcional en sus frases cortantes, pero luego, cuando ya creemos haber conocido su sonido interior, lo rompe, lo estruja, hace chillar el idioma y luego lo calma nuevamente, en una poesía que parece buscar la comunicación corporal antes que puramente semántico.

Por su parte, Miriam Ventura, especialmente en su libro Poemas de la Reina del Bronx River, resume los esfuerzos de sus libros anteriores, que parecen ejercicios que apuntalan el trabajo hacia este maravilloso poemario, y nos sorprende con una cadencia callejera, tumultuosa, domeñada por la sabiduría y la concisión de las ideas. Sin embargo, al igual que lo hiciera Vallejo, Miriam Ventura rompe la cadencia que creemos conocer y accidenta el idioma, deja que chirríen las palabras para luego dominarlas nuevamente. Juega con el ritmo para no encasillarse en una sola melodía y de ese modo enriquece los planos significativos de sus versos. Ritmo y ruptura del ritmo son los atributos que nos sobrecogen por su libertad, las onomatopeyas que surgen imprevistos, las frases cortas que parecen gritos callejeros, el himno de largo aliento que de pronto pierde la respiración y se vuelve verso corto, brevísimo.

Pero más allá de estas coincidencias, Miriam Ventura asume la exploración de su propia feminidad lejos de los estereotipos que han caracterizado las visiones poéticas femeninas. Quiero decir, no se detiene en la búsqueda de derechos equitativos ni en la exploración erótica, sino que se ve como una mujer más en medio de la calle, rodeada de la jodida soledad, del cáncer y la familia, añorando la patria dominicana y peleando diariamente con la lengua, esa eterna batalla de la poesía que siempre derrota a los poetas.
El poemario Claves para fantasmas comienza con esta confesión de parte:

¿Será que ser mujer es
redondear conflictos?

Lo único que nos interesa aquí es reconocer que la visión de la propia feminidad de la poeta es algo consciente y parece ser, finalmente, el sentido de toda su poesía.

En el poema “Esta boca” del libro Estados alterados que Miriam Ventura escribió mientras se encontraba hospitalizada leemos lo siguiente:

¡Ah, pero qué boca para besar!
Qué boca para clamar

Qué boca para las ánimas

Qué boca la del cofre
Qué boca para reír

Que boca tengo

Es boca taina, africana, quisqueyana

es boca escandinava, caribeña, antillana

Es universal esta boca y tiene su bemba que sale por otros contornos

La bembita de mi boca sale sonámbula

detrás de la oreja, digna por los sobacos

como mía se sienta en las mañanas en Harlem

espera conmigo el tren en la 135 y Lenox

en esa línea que se pliega desde mi nariz frononó

hasta la baja línea que congestiona el principio, el fin de mi boca
allá donde mis encías protuberantes

dan el toque de congestionamiento justo allí donde nace la protesta
de mi padre...

Esta boca que tengo jamás la cambiaré por otra boca.

Como vemos, Miriam Ventura explora su corporeidad mediante la descripción de la boca. La boca representa no solo su imagen física sino también la suma de las culturas que la habitan.

Y para ampliar esta exploración, como dijimos al comienzo, inventa un alter ego para explorarse a sí misma, y de ese modo crea a la Reina del Bronx River. Pero no se trata de una exploración personal, sino de algo que va más de allá de su propio ser como mujer y que tiene que ver con el continente que lleva dentro.

Porque la Reina del Bronx River es una ficción cuyo mayor pretexto es la exploración de la totalidad. Nace de las aguas, como las diosas africanas o las Yaras de la Amazonía peruana, y lleva con ellas el génesis de su cultura. Y esta Reina, como la misma Miriam Ventura, es urbana, ordena y reordena el mundo que ha vivido, destaca sus antecedentes judíos y busca la comunión tumultuosa de las aguas primigenias del río Osama, de donde proviene en su querida República Dominicana, y de las aguas callejeras del Bronx, de Nueva York, donde vive la poeta.

El libro es un anhelo de totalidad, como dijimos, pero centrado en una visión urbana moderna, que lleva dentro de sí todos los prejuicios culturales capitalistas y no los oculta. Este fluir de la honestidad está relacionado tanto con la ficción mitológica que inventa a la Reina del Bronx River y los personajes adyacentes, como el Albacea y los animales acuáticos, todos alter egos de la misma autora, como con su relación de amor-odio con su propio país y compatriotas.

Dejo al Albacea servirse
con la cuchara grande
Decir que sí o que no a antólogo
Pachucheros Mercaderes o bizantinos
Me da tres pito ser incluida
en las antologías del caserío
Dice la Reina del Bronx River, enfurecida y haciendo las peleas cotidianas con la vecindad.

Más allá de los detalles, que estas palabras no la acercan ni de lejos, nos hallamos ante una poesía vital, contradictoria, profundamente lírica, que nos alegra conocer, que lleva los ritmos alegres y las cadencias rotas, la sabiduría concentrada, renovada y fresca, y que felizmente para nosotros todavía sigue cantando.


Ricardo Virhuez Villafane es editor general de la Revista Pasacalle, director de la Revista peruana de Literatura y profesor del diplomado en Literatura Indígena de la Universidad Nacional de Ucayali.
Links:
http://humanidades.uach.cl/claves/ricardo-virhuez/
http://www.academia.edu/31316400/MIRIAM_VENTURA_RUPTURA_VALLEJIANA_Y_POES%C3%8DA_IDENTITARIA_FEMENINA_por_Ricardo_Virhuez












Poesia del Bronx River al rio Ozama







http://hoy.com.do/poesia-del-bronx-river-al-rio-ozama/



Basilio Belliard


Acertijo y juego, Poemas de la Reina del Bronx River (2009), es un libro que se lee como autobiografía y también como un rosario de invenciones que brotan de la ensoñación creativa y surreal. El azar y el cálculo entran en conjunción y forman una arquitectura de símbolos culturales y usos verbales, que se superponen en armonía y tonalidad para articular un discurso poético sostenido y radiante.
El ajedrez, la numerología, la cábala, el tarot, la santería, la gastronomía, el esoterismo y la magia participan como recursos de ficción que transparentan la palabra poética: se yuxtaponen con giros del habla y la cultura dominicanas, en claves lingüísticas y resonancias, que se transforman en contrapunto, con la cultura norteamericana. Experiencia e inocencia entran en nupcias con el canto y la narración. Microhistorias y memoria se entretejen y combinan en formas minimalistas, cuyo hilo narrativo nos conduce por el paisaje psicológico del sujeto poético. Música de la luz y autobiografía de la sombra, la voz poética navega, en prosa y verso, por los silencios y los códigos sintácticos: hechizos, sortilegios, amuletos metafóricos y signos secretos.
Del Bronx River al Osama (u Ozama), esta obra no es un poemario o conjunto de textos sino un Libro (en mayúscula), donde resuenan los ecos creacionistas, barrocos y surrealistas de la tradición que se enfrentan en maridaje con el talento personal, la voluntad de estilo y la madurez creativa. Sólo esta suerte de oleajes y corrientes alternas hicieron posible armar un cuerpo textual tan ambicioso y de esta envergadura, desde el punto de vista del lenguaje poético. Con este libro, Miriam Ventura pisa tierra firme en su tránsito y en sus navegaciones en el territorio de la creación poética, capitalizando giros y vocablos, imágenes y técnicas, nutridos por la imaginación y la percepción. Botánica y folklore, mitos y creencias, todo su mundo verbal fertiliza y metaboliza en savia creativa: alegorías, crónicas, decálogos y números que abonan el festín de la fantasía verbal. Todos estos pretextos actúan, no sin eficacia, en su empresa poética, en vetas de humor negro, sátira social y parodia de sí misma.
En Poemas de la Reina del Bronx River, oralidad y escritura dejan ver su tejido hecho de ecos y sintaxis: recursos intertextuales, donde se dan cita voces de la tradición y frases cifradas o cristalizadas en el reino de la imaginación. Música clásica y popular, pintura y danza fundan un cruce de caminos, cuyos laberintos metafóricos y vericuetos figurativos se mezclan en una geografía de signos, los cuales marcan el aire posmoderno, en el que todos los discursos y lenguajes artísticos se hibridan, en formas de intertextos. Así pues, las artes trascienden sus límites expresivos en espacio, tiempo y formas: espléndida libertad creativa y osadía en su poder de simbolización. Esa capacidad de mantener un equilibrio entre el símbolo y la realidad, la experiencia y el lenguaje, hace de este Libro una obra de excelencia que dialoga con las vanguardias, pero en tonos de modernidad y conciencia estética del poema y la poesía, en tanto sustancia análoga y consustancial a todo lenguaje artístico.
En este libro el agua ejerce una fascinación como símbolo de purificación. Imperio de agua dulce, no salada, el agua del río (Ozama y Bronx) actúa como imperio de la imaginación y leif motiv (el lugar es el agua que me parió/como su etiqueta e imperio/desde las aguas un diente tirado al azar), en el que la reina (personaje o ficha de ajedrez), juega al juego de la creación y la seducción, en su viaje diaspórico -de agua a agua, de río a río.
La Reina reina como símbolo de atracción fatal y como rito de iniciación que seduce fantasmas, ángeles y demonios (súcubo e íncubo), cuyo poder acuático crea la glorificación del espanto. De Santo Domingo a El Bronx, el sujeto crea una poética del agua donde el indio, el negro y el blanco intervienen con sus voces y sus cuerpos. Miriam Ventura ha fundado una poética en base al símbolo del agua, y creado un personaje poético que reina en “las aguas del Bronx River”: sujeto tatuado, rebelde, alquímico, en los altares y las aguas, que canta, a través de cantos y crónicas -y que vuela como alegoría, a ritmo de conjuros, nudos y luces, en medio del azar y la muerte. Ese ritmo cadencioso de este texto equilibra los signos del discurso poético y se transforma en celebración y eucaristía de la experiencia sensible: se incendia al ponerse en contacto con la materia viva. Los meandros acuáticos y los deltas luminosos actúan como pasaportes de la transparencia rítmica y gestual, en el bosque de la fantasía erótica y mortal. Esta obra encarna un viaje hechizante: representa la seducción de la naturaleza. Cuerpo solar que se consustancializa con la vegetación electrizante, como el agua que apaga el fuego de la muerte y del deseo, en claves de seducción, atracción y repulsión.
Invito a leer este Libro, que se lee como una antología del azar y un cuerpo verbal que quedará como punto de inflexión en la vital tradición poética dominicana. Aquí está esta voz de mujer que suspira, y en cuyo aliento desea que su nombre sea “escrito en el agua” -a la manera en que John Keats deseó escribieran en su epitafio.
Con esta edición, la Editora Nacional del Ministerio de Cultura de la Republica Dominicana se anota un punto, al dar a luz esta obra poética, por su gran factura, su estupenda ambición creativa y porque su autora postula una autonomía en su universo verbal, distanciándose así, de la tradición dominicana de la poesía escrita por mujeres, en particular, y de la poesía dominicana, en general.

¿Dónde muere la dominicanidad? La Reina del Bronx River de Miriam Ventura




Por MIGUEL ÁNGEL FORNERIN

http://hoy.com.do/donde-muere-la-dominicanidad-la-reina-del-bronx-river-de-miriam-ventura/

Un libro de buena poesía es siempre una variedad de propuestas de lectura. Pensamos en el arte poético como el trabajo del sujeto en la lengua y en la apertura del texto hacia el futuro. El libro de Miriam Ventura, “La Reina del Bronx River”, es una propuesta que podríamos leer desde distintos horizontes; de manera comparativa, tomando como modelo dos poéticas dominicanas, la de Domingo Moreno Jimenes y la de Franklin Mieses Burgos.

Postumistas y sorprendidos se enfrentaron en dos corrientes que tienen tangencias en la poesía latinoamericana. La quiebra era contra el modernismo. El posmodernista Moreno Jimenes encuadra en las teorías de Manuel Ugarte y en la poética de Almafuerte.

Si dejamos atrás el trascendentalismo mesiánico dominicanista e hispanoamericano, Moreno conforma un modelo de creador que busca ligar la poesía con los elementos populares, ya en los contextos como en el lenguaje. Pone una estética dialógica, en las formas lingüísticas.

Por su parte, Franklin Mieses Burgos encara la poesía donde el hombre universal busca trascender la cotidianidad y entiende que lo dominicano, como sentido, debe volcarse a su dimensión universal. Eso sí, sin olvidar lo popular como contexto, lo propio. Entre estas dos tendencias se marca el accionar poético dominicano desde la década del treinta hasta los años ochenta, con sus variaciones o rompimientos.

“La Reina del Bronx River” es uno de los mejores libros de poesía escritos por mujeres en las últimas décadas. Se destaca por ser un trabajo del lenguaje poético

dentro de una estética depurada. Sobresale el irracionalismo, la búsqueda de espacio nuevo para la poesía dominicana. Es el espacio viajero, de la poesía en tránsito que encuentra otro escenario donde han ido a parar los inmigrantes dominicanos.

Ese espacio y el río del Bronx sirven para la construcción de un referente mítico, como la voz de la Reina. El río es un actante que a veces es personaje. Un ser de agua, que estructura una mítica originaria y temporal que dialoga entre dos culturas (por no decir en una variedad de culturas) en un dialogismo de contextos culturales y referentes semióticos que van desde el merengue, la salsa, la música clásica, el pop y el jazz. Es la obra un coloquio del meltingpot, del encuentro multívoco de las distintas diásporas. Pero la Reina mostrará su principalía en ser mujer y venir desde otro espacio mítico caribeño a dialogar con el río del Bronx en una lucha en que el río es el apoderado de todos los sentidos de la ciudad, pero que después de la construcción poemática no será el mismo.

Aunque ya se ha leído como un discurso biográfico, pienso que la lectura de este largo poema es el trabajo en la cultura literaria, desde la tradición dominicana hacia las distintas tradiciones latinoamericanas y lo biográfico sobra, como huelga la lectura dentro del binarismo majestad-libertad. Lo que hace a la Reina señora es su implicación en las aguas, es el río en el que se habla desde la diglosia entre el inglés y el español. Ahora bien, no existe aquí una forma de bilingüismo ni tan siquiera un trabajo de la oralidad del inmigrante, sino un diálogo de lenguas- culturas en la construcción de un espacio mítico emergente.

Otro aspecto que me parece sobresaliente en el texto es su acendrada unidad como propósito poético. Desde el principio hasta el final, se intenta la fundación de un espacio y la construcción mítica de una nueva ciudad al lado de un río danzante y heterotópico, en el que cruzan distintas formas culturales, signos y discursos.He de observarse de una larga tradición de la poesía dominicana que ha buscado construir personajes míticos y espacio de leyenda y estampa, como en “Rosa de tier ra” de Rafael Américo Henríquez, en “Yelidá” de Hernández Franco, en “Magino Quezada” de Freddy Gaton Arce, entre otros.

Esos poemas buscan constituirse, no solo en una épica-lírica, sino en una poética fundacional. Ese aspecto es fundamental porque todos estos poetas antes mencionados han deseado construir contextos expresivos que les permitan instaurar una poética en un solo poema, en un poema que deberá fundar la totalidad como aspiración del saber, vivir y decir de distintas voces y representaciones de lo dominicano y lo caribeño.

En este segundo horizonte de la poesía dominicana, el poemario adquiere un valor inusitado porque la lectura nos conduce a la fundación de un espacio (locus) en el mundo de la emigración, que se manifiesta como realización de un sueño, de aspiraciones de un ser del allá que dialoga con el acá.

Una plática que hilvana los hilos más finos de la cultura en movimiento, de la cultura como hacerse cotidiano que solamente podemos recuperar a través del poema, que es, en fin, una contradicción indefinida donde esos referentes reverberan. Mayor es la importancia cuando ese espacio de llegada y esos diálogos entre la cultura de abajo y la de arriba, la de esta orilla y la del río, se encuentran enfrentados desde la voz femenina, lo que hace que pensemos en el transcurrir de la poesía escrita por mujeres y por las mujeres dominicanas en la emigración.

Si dejamos atrás a Josefa Brea, fue Salomé Ureña en el siglo XIX la poeta que abrió una cala en el espacio patriarcal para construirse desde la poesía y desde las aulas en una voz que clamaba por una nueva polis y por la entrada de las mujeres dominicanas en el espacio público.

La mujer dominicana buscó la polis, pero fue relegada por el patriarcalismo trujillista. Unas fueron expulsadas de su propio suelo y otras quedaron en las viajas estéticas o en un trascendentalismo que poco pudo poner en juego la relación problemática entre el poema y el poder. En fin, construyeron ideologías con las que no pudieron desafiar las ideas y la falocracia del régimen.

Ahora bien, con la Reina pasa otra cosa.


Miriam Ventura trabaja lo político de otra manera. Es el suyo el poema abierto a la pluralidad significativa que lucha en un espacio centro-margen. Desde un principio lo nacional se marca de forma irónica, “los chavitos de nación”son el menudo que se pierde y se ha perdido; son las pocas monedas que nos quedan en un tiempo en que todo ha cambiado y el dinero también ha disipado su propia identidad. Solo permanecen los cavitos de lo que antes era fuerte, duro y entero.

Finalmente, estos tiempos revocables quedan inscritos, porque la obra es arte y la poeta artífice y lectora en la diversidad de la cultura. De ahí que lo político también se juegue en la oralidad cruzada entre el inglés y el español. Un elemento que nos coloca de nuevo en la estética de los del setenta y ochenta que tantos logros tiene en la poesía.

“La Reina del Bronx River” es un texto complejo y sencillo a la vez. Un espacio de fundación y cambios en el que se encuentra el poema que expresa y teje un manto de agua (porque somos islas) buscando más allá, porque como su voz señala, de forma intertextual y cultural, quien no cree en esta Reina… muere aquí.