Por Miriam Ventura
Westchester NY.-El rostro sombrío del sueño americano convierte a Franklin Gutiérrez en un excelente raconteur.
Esta novela, pese a que aborda y
entrelaza anécdotas e historias de inmigrantes en Estados Unidos, no debe ser
leída solamente como una novela de inmigrantes.
En el ciclo normal de una buena novela se pueden saltar escenarios y capítulos que permiten traspasar el umbral del presente narrado enlazado con el pasado (mecanismo de complot). Ese mecanismo -cuando es bien empleado- le permite al lector viajar al futuro y regresar al mundo de la novela. Cuando eso ocurre el lector queda atrapado.
Es decir, el novelista controla al lector y juega al “plot device.” Pero esa herramienta solo funciona si existe un buen narrador, como es el caso de Gutiérrez, quien narra con una retórica similar al recuento de los narradores decimonónicos tardíos, y eso ya es ciencia ficción.
Él crea el suspenso de la incredulidad de sujetos y de
personajes que funcionan en circunstancias similares tanto en la literatura de
misterio como en la fantástica, pero todo ubicado en tierras foráneas.
A lo largo de la novela Gutiérrez habla de la migración como ficción, pero ello pone en tierra firme el sentido valorable del inmigrante.
Trata cada sentimiento migratorio como una especie de analogía de ciencia
ficción que es similar en Herbert George Wells, excepto que éste
profundiza en la ciencia ficción como tal y Gutiérrez en la materia non ficción
de la emigración, convirtiéndose en la antítesis del argumento de construcción
de mundos y de lenguaje cotidianos en forma de shock.
En el siglo XIX (época del Ellis Island) aparecen la Máquina
de la hora y la Guerra de los mundos, de Herbert George
Wells. Ambos libros son comparables en su calidad y manejo de contar
al Rostro sombrío del sueño americano, de Franklin Gutiérrez.
Vale señalar, también, que los elementos que contienen la narrativa de Junot Diaz y Franklin Gutiérrez ofrecen disyuntivas que los diferencian: o escribir desde el plano de la épica o desde la oralidad histórica. Gutiérrez hace épica, casi elegia novelística real, hecho que lo acerca a reflexiones como las de Herbert George Wells.
La cuentística de Díaz, en cambio, ha de compararse con la literatura de dibujos (mangas, que en lenguaje japones es panfleto, novela gráfica, comic, texto episódico, escenarios de animación o skits y diálogos) en los que desarrolla con gran fortuna sus historias.
Gutiérrez entrega una narrativa efectiva en rememorar la migración como un proceso humano y hasta de ficción, a partir de la distancia y el eterno retorno del inmigrante en actitud de “Un día retornaré”. El rostro sombrío del sueño americano crea un puente entre los viajeros a Ellis Island y la migración moderna de escritores que nacieron de esa época (italianos, irlandeses, judíos, europeos del este), un puente compuesto de sombras. Y todo contado con dramatismo y cierto humor negro, como cuando la abuela de Amando Guerra tarareaba sus canciones para ella misma.
Sombras de un pasado y un futuro interconectados sin referencia
a grupos étnicos, la novela hace recordar cuando en 1800 a los irlandeses se
les mentía con el oro en las calles de NY, todo para atraerlos al barco,
generación migratoria que al descubrir la inexistencia de ese oro tenía que
formar su propio oro. En medio de su propia sombra, aquella costumbre del
emigrante de apoyar la familia que quedó atrás. A falta de la ausencia de ese
oro, lo que sí perdura hasta nuestros días es la existencia de cuentos e
historias para ser contados.
Debido a la correctísima narración del autor El rostro sombrío del sueño
americano resiste épicamente un filme, un montaje teatral, una animación
artística, así como cualquier otro género que pueda ir más allá de lo
convencional. La bendita manía de contar a lo García Márquez es la habilidad,
no de mentir, sino de inventar realidades con una habilidad que atrape, cautive
a distintos lectores.
Se trata de mentir, inventar, engañar festivamente al
lector convocándolo a descubrir quién está mintiendo, quién inventa las
historias y neutraliza a la persona impostora a lo largo de la novela.
Si Gutiérrez no fuera novelista bien podría ser un excelente
jugador de póker, dados o cualquier juego donde se invite a falsear los
movimientos de las piezas, como el ajedrez, por ejemplo. El autor utiliza con
acierto la técnica de la narración raconteur, sabe contar anécdotas. Su
asombrosa novela no debe ser leída como simple novela histórica de la
emigración, repito. Debe leerse como una retrospectiva `de realidades y
mentiras. Como pasa en el cuerpo de la novela donde es necesario auto mentirse
para poder encontrar la verdad. Es a partir de encontrar esa verdad que el
protagonista Armando Guerra ya no pueda mentirse a sí mismo, jamás. Es ahí
donde se puede medir el acierto de El rostro sombrío del sueño americano.
Armando Guerra, es un personaje que sirve también como
narrador parcializado en la historia, donde incluso Gutiérrez se desdobla. En
los argumentos temprano de la historia la abuela Esmeralda se encuentra
mintiéndose a sí misma también, pero no logra encontrar su verdad.
Eso es, justamente, lo que hace un buen novelista, no dice dónde esconde sus misterios, más bien pone al lector en aprietos, lo lleva a retroceder al pasado para que confirme si ellos existen.
El novelista con
mentalidad de “legos”, nos lleva al momento, y antes de darnos la ubicación de
las cosas, ofrece vías para encontrarlas y, de paso, se asegura de que el
lector esté preparado para hallarlas. Pero, al mismo tiempo, se asegura de si
el lector desea ver o no lo buscado, incrementando así la intriga. Este efecto
Gutiérrez lo logra.
Esta reseña no caerá en el destripe o (spoiler). Si el
lector quiere descubrir los argumentos más allá de los eventos de la novela,
con todos los secretos y la lateralidad de Armando Guerra, bienvenidos a
leerla.